La triste realidad es que todos
venimos a este mundo y todos nos iremos. Un objetivo es dejarlo en mejores
condiciones de como nos lo encontramos, tal y como dijo Lord Baden Powell, algo
que hizo y muy bien nuestra amada perra Luna.
Era un torbellino infatigable en
su infancia, pero esa vitalidad se le fue apagando a sus pasados 13 años. La
edad no perdona.
Creo que le dimos una buena vida
que no creo pueda compensar todo lo que ella nos entregó: la experiencia de
hacernos abuelos de 6 cachorros y de mi esposa Ely tener que actuar como
improvisada e inexperta matrona el día del parto mientras yo trabajaba, vigilar
por la integridad de nuestro hogar defendiéndola ante extraños (especialmente
del funcionario de correos, mensajeros y trabajadores del butano con los que
jamás se llevó nada de bien), sirviendo de peluche con nuestro hijo Pablo hasta
el punto que le indujo la lactancia de tanto “sobeo” (el veterinario nos dijo
que era el primer caso que pudo constatar en directo y que el tan solo lo veía
comentado en libros), desterrando la idea que a los perros tan solo le gusta la
carne mientras demostraba su adicción a los garbanzos y el pescado frito, y
sobre todo, demostrando como una mirada suya sabía transmitir más información y
sapiencia que una conferencia de un erudito.
Nos deja un gran hueco en nuestro
corazón y recuerdos para escribir un buen libro, especialmente la próxima vez
que salga de casa y vea que ella no está en mirándome en el patio cuando cierro
la puerta y yo me despida…
Dios la acoja en su seno y nos
veamos de nuevo.
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